29.1.13

Billie Holiday: All of me



Hay canciones capaces de transmitir en una sola nota toda la dulzura y el amargor de la vida, como un trago de whisky, como el bofetón que te da una mujer tras robarle un beso sin permiso. Hay canciones que hablan de jazz y de vidas destrozadas, hablan de corazones rotos y noches turbulentas. Hay canciones que hablan de Billie Holiday.

Eleanora Fagan Gough (su verdadero nombre) nació en Filadelfia en 1915. Su biografía está plagada de lagunas y sombras, rellenadas con leyendas que ella misma inventó. Nada más nacer su padre, un músico de jazz, se largó dejándola sola con su madre, una niña de trece años que la abandonaba con frecuencia al cuidado de parientes de mala reputación (de mayor confesó haber sido violada).  A los doce años se marchó a New Jersey, y después a Brooklyn,  donde empezó a ejercer la prostitución. No fue hasta 1930 cuando el productor John Hammond la descubrió y la introdujo en el mundo de la música. Desde entonces no dejó de cantar sobre los escenarios de los clubes de Nueva York, y después en grandes teatros como el Apollo, enamorando al público con su dramatismo e intensidad, y es que como ella misma decía “yo he vivido canciones como esta”.

Nada más cierto. Su vida fue una tempestad: grabó más de cuarenta discos y levantó pasiones sobre el escenario, se casó y divorció varias veces, se relacionó con matones de la mafia, sufrió malos tratos, estuvo en la cárcel por posesión de heroína, fue adicta a las drogas, y murió de cirrosis, sola y arruinada a los 44 años.

Hay quien dice que los mayores genios nacen de las mayores miserias. Seguro que nunca faltarán rosas en la tumba de Billie Holiday.